Lilli Jones
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“Pero tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara para que no sea evidente ante los demás que estás ayunando, sino solo ante tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará”.
Mateo 6:17-18
La Biblia da por sentado que el ayuno – abstenerse de comer en este contexto – es una de las prácticas normales de la vida cristiana. El lenguaje es “CUANDO” se ayuna, no “SI” se ayuna. Jesús y sus discípulos ayunaban con regularidad.
Mi camino con el ayuno comenzó hace unos años, cuando escuché a una amiga hablar de su propio ayuno de 40 días: nada de comida, sólo bebidas sin alcohol. Me sentí desafiada por sus palabras, así que lo probé por mí misma, ayunando dos días cada semana de Cuaresma.
Desde entonces ayuno casi todos los años durante la Cuaresma y en otras ocasiones. Estas son tres cosas que he aprendido en este proceso:
El ayuno nos muestra lo rápido que confiamos en las cosas en lugar de hacerlo en Dios. Cada vez que pensaba en comida (¡cosa que ocurría a menudo!) me acordaba de por qué estaba ayunando, así que empecé a orar.
En la Biblia, el ayuno y la oración aparecen uno al lado del otro; es vital humillarse ante Dios y pedirle ayuda en el proceso. Este acto de orar se convirtió en un recordatorio diario de que en mi vida yo no tengo el control. Dios lo tiene. Día a día dependo de muchas cosas que no son Dios; sin embargo, el ayuno es una forma de centrarnos en nuestra necesidad de Dios en todas las cosas.
“No solo de pan vivirá el ser humano, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Mateo 5
A medida que el hambre me recordaba que debía orar más a lo largo del día, también me hacía más consciente de la presencia de Dios. Creo que Dios obra y está constantemente activo, a través de nosotros y de los demás.
Ser consciente de la presencia de Dios me abrió los ojos al modo en que Él obra. Como resultado, fui mucho más consciente de las respuestas a las oraciones que había hecho, tanto pequeñas oraciones, como que no lloviera (a pesar de que los pronósticos anunciaban fuertes lluvias), como oraciones más importantes para que mi hermano saliera de la depresión.
El ayuno crea espacio para que Dios nos lleve a una relación más profunda con él. Andrew Murray, un pastor sudafricano, dijo:
“Orar es tender la mano hacia lo invisible; ayunar es desprenderse de todo lo que se ve y es temporal. El ayuno ayuda a expresar, profundizar y confirmar la resolución de que estamos dispuestos a sacrificar cualquier cosa, incluso a nosotros mismos, para alcanzar lo que buscamos para el reino de Dios”.
La semana antes de Pascua mi marido y yo nos fuimos de vacaciones, así que decidí no ayunar durante ese tiempo. Sin embargo, la víspera del Viernes Santo, antes de volver a casa, sentí que el Espíritu me susurraba y me invitaba a ayunar al día siguiente.
Decidí aceptar la invitación pero en realidad no esperaba que ocurriera gran cosa, excepto estar de mal humor y hambrienta. Sin embargo, Dios me “asaltó” durante el viaje en coche hablándome muy claramente; un precioso momento de intimidad en el que me estaba diciendo lo que pensaba de mí; algo que podría haberme perdido si me hubiera distraído comiendo bocadillos en el coche. La noche siguiente también tuve un sueño significativo, y recibí una fuerte sensación de que Dios estaba anunciando que abriría mis ojos a más de su realidad.
Dios no nos impone nada – a menudo espera nuestra invitación y nuestra decisión de hacer más espacio para su presencia, lo que requiere una decisión diaria de entregarle todo a Él.
Para mí, esto significa seguir haciendo del ayuno una práctica normal en mi vida diaria. No es fácil, pero Dios sigue sorprendiéndome al aceptar mi invitación y mis pequeños esfuerzos -es todo lo que necesita- y responder con intimidad y nuevas revelaciones.